Leer sigue siendo un acto de rebeldía en tiempos de inmediatez. Por eso, este no es solo un llamado a la reflexión, es un acto de resistencia cívica: invitar a la ciudadanía a detenerse, pensar y asumir su responsabilidad. Soacha no puede seguir siendo un territorio donde todos exigen pero pocos aportan. Imaginemos por un momento una ciudad de 1.200.000 habitantes donde cada ciudadano se comprometiera, aunque fuera, a resolver un problema pequeño. ¿Se imaginan lo que podríamos lograr en términos de desarrollo social, cultural y económico?

La verdadera tragedia política en Soacha no es la falta de ideas, sino el secuestro de la acción colectiva por pequeños grupos que manipulan a la población para satisfacer intereses individuales. Se ha perdido el verdadero sentido del liderazgo: ya no se postulan a la JAC, al Concejo o Edilato para servir, sino para sacar provecho. No hablo de todos, pero sí de muchos —miles incluso— que han visto en la política una forma de lucro y no de transformación social.

El ciudadano promedio exige soluciones, pero no analiza a fondo qué es lo mejor para su ciudad. Hay una desconexión entre el discurso ciudadano y el comportamiento cotidiano. Muchos se autodenominan ambientalistas, pero no recogen los excrementos de sus mascotas. Otros arrojan basura en las calles y luego se quejan por las inundaciones. Las montañas se invaden sin planificación, promoviendo la pobreza y el crecimiento desordenado. Después exigen servicios públicos, olvidando que sin planificación no hay sostenibilidad.

El desarrollo económico no solo es PIB ni inversión extranjera. Es también planificación urbana, respeto por el espacio público, legalidad, y condiciones mínimas para el emprendimiento y la inversión local. Hoy en Soacha, muchos ciudadanos invaden andenes, vías y parques no para sobrevivir, sino para montar negocios irregulares. Los talleres mecánicos han extendido sus actividades a los espacios públicos, las motocicletas se parquean donde quieren, sin control ni autoridad que los regule. Así no hay economía que prospere. La informalidad se ha vuelto norma, y la ilegalidad, rutina.

Los bici-triciclos, diseñados para recorridos cortos, circulan ahora por vías principales e incluso por la autopista, en contravía y sin respetar normas de tránsito. Y cuando se intenta poner orden, siempre aparece alguien diciendo “pobrecitos”. La cultura del desorden se disfraza de solidaridad, pero en realidad solo perpetúa el caos.

El caso de los taxis refleja otra dimensión del problema. Soacha es la sexta ciudad más grande del país, pero conseguir un taxi en sus calles es casi imposible. La mayoría de los conductores presta su servicio en Bogotá, y luego se quejan de la existencia de vehículos “piratas”. Pero estos no aparecen por generación espontánea: surgen porque hay ausencia o mala prestación del servicio. La ley del mercado es clara: donde hay demanda insatisfecha, nace una oferta —legal o ilegal. La falta de planeación y control no solo genera desorden, también afecta el desarrollo económico y la competitividad local.

El robo de pasajes en TransMilenio es otro síntoma de la descomposición social. Miles se cuelan, desplazan al que paga, y hasta se sienten con más derechos. Esa cultura del “vivo vive del bobo” no solo degrada la convivencia, sino que impone sobrecostos al sistema y hace inviable la financiación del transporte público.

El centro comercial Mercurio, que podría ser un nodo de actividad económica organizada, parece no tener administración. Su entorno está tomado por motos, bicicletas, taxis, vendedores, conos… Todo un ejemplo de cómo la falta de autoridad y cultura ciudadana sabotea el desarrollo comercial. La Secretaría de Movilidad está justo al frente, pero no pasa nada.

Y en época electoral, muchos de los que dicen ser líderes se preocupan más por cuánto dinero hay en juego que por el futuro de Soacha. No se piensa en proyectos de ciudad, sino en negocios personales. Así, en lugar de fomentar un ecosistema de innovación y participación, promovemos clientelismo y cortoplacismo.

Soacha necesita una economía dinámica, sí, pero también una ciudadanía consciente. Un modelo económico sano exige legalidad, confianza y orden. Sin eso, no hay inversión, no hay empleo digno, no hay progreso. No se puede construir ciudad sobre la ilegalidad, la trampa y el todo vale.

Así que insisto:
Soacha necesita ciudadanos que sientan amor por Soacha.
Ciudadanos que lean, que analicen, que se comprometan. Ciudadanos que entiendan que el desarrollo económico también es su responsabilidad, que cuidar el espacio público, pagar el pasaje, respetar las normas y participar con ética también es construir futuro. Soacha puede ser grande, pero solo si dejamos de pensar en lo que podemos sacar de ella y empezamos a pensar en lo que podemos darle.


Escrito: por Freddy Alexander González Párraga
Abogado

AmorPorSoacha

GarantíasSociales

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